I
Año 2018.
Estamos congelados. La escarcha no es producto- todavía- de los efectos del cambio climático. La nieve es tiza y lo que hiela es la escuela. Atascados en lo escolar, repetimos sus rituales y reproducimos sus dispositivos sin transgredir sus límites y, lo que es peor, sin tampoco transgredir los límites de cómo pensamos la educación. Pero esta rutina ya no alcanza, está agotada y el orden escolar crujiente genera una fenomenal desorientación; una inquietante extrañeza.
II
El pensamiento educacional moderno nació inconformista y contradictorio: mientras fundaba las escuelas que hoy conocemos, en 1657 Comenius declaraba “hasta ahora carecimos de escuelas que respondan perfectamente a su fin”; una frase que se ha repetido por trescientos cincuenta años y que cada día se reitera al hablar de educación, como si su sola enunciación sugiriera un gran descubrimiento y una gran solución. Los cambios, las reformas, las innovaciones educacionales (pongámosle un nombre cualquiera, aunque nos quedamos con el último que es el más apreciado hoy), se han sucedido una tras otra por siglos y en estos últimos años se han multiplicado a velocidades inusitadas. Antes, las modas educativas regían durante algunos años; hoy son efímeras: lo nuevo nace viejo aunque lo viejo se recicla: los reflexólogos de ayer son los neurocientistas de hoy, los constructivistas confluyen con los cognitivistas, los escolanovistas adquieren timbres renovados, la motivación ahora es entusiasmo y la pedagogía experimental de 1930 ahora se llama cambios educativos basados en evidencia. Si no fuera por su evidente inutilidad, podría organizarse un museo histórico de grandes novedades educativas. No solo de las innovaciones del pasado, que se repiten como nuevas y de las nuevas que siempre recaen en el pasado, sino un museo –en todo caso un catálogo o un diccionario- de las mismas definiciones de educación y de innovación educativa. Es así que en su eterno narcisismo auto reproductivo, muchas propuestas educacionales innovadoras caminan en el filo de la estafa. Pero no nos apuremos a la condena: sus promotores no necesariamente buscan dinero o notoriedad. Sucede que ellos mismos son los primeros estafados por su propia visión de lo educacional, presa del ejercicio mecánico de la sustitución y de la repetición sin fin de un mismo conflicto.
III
Como los argonautas, tripulantes de un navío imposibilitado por los dioses de ser cambiado por otro, estamos sentenciados a buscar el vellocino de oro de la institución escolar renovada, suturando las partes del barco que se rompen y despegan y sustituyendo elementos viejos y gastados por otros más nuevos y refulgentes. Artefactos que relucen pero que, al final del viaje, descubrimos, frustrados, que no dejan de ser el mismo barco. Desatentos a la advertencia respecto de la imposibilidad de ser originales, creemos inventar nuevos métodos, enfoques y abordajes sin prestar debida nota de que son las nuevas olas las que nos hacen parte del mar; sin entender por ejemplo que, hasta ahora, lo digital ha sido escolarizado de la manera más violenta y degradada, por medio del formato de siempre: fetichistas de las nuevas tecnologías tampoco entendemos que la escuela es una tecnología. Y sin entender que nunca hemos conseguido bajar del barco: seguimos esclavos de recetas inventadas para nosotros (y a veces por nosotros) y que nunca pudimos cumplir en forma satisfactoria, sin saber muy bien por qué. Nunca nos atrevimos a mirar el barco desde afuera para construir otras naves en astilleros impensados. Y en esta parálisis fatal, no hay ni puede haber soluciones: solo cosmética, fracasos y rechazos.
IV
¿Por qué los sistemas escolares han sido y son tan eficaces en la custodia de la educación?
La aparición del homo sapiens-sapiens (que según investigaciones recientes se estima en unos 200.000 años de antigüedad) y que podría identificarse como el punto de partida, siempre provisional, relativo y por cierto arbitrario, de lo que hoy reconocemos como humano, produjo varias tecnologías de trasmisión del saber: oral primero y escrito después. La invención de la imprenta en 1440 permitió que los escritos (antes restringidos a secretos y misterios del poder) se acerquen cada vez más a su universalización. La aparición de la escuela moderna en el siglo XVII, pero implementada recién a partir del siglo XIX, constituyó –y constituye por ahora- una tecnología de saber y poder que permitió, como nunca antes, alfabetizar las ingentes y cada vez mayores masas poblacionales. El punto de inflexión fue el siglo XX: mientras los progenitores debían salir a la esfera pública para conseguir su subsistencia y la de sus hijos, estos eran considerados sujetos de cuidado, protección y educación y la prohibición del trabajo infantil, aunque aún no lograda del todo, sustrajo a los niños de las tareas productivas a las que se habían dedicado por milenios, separándolos de sus padres. ¿Cómo se resolvió este problema? Llevando a los niños (ahora como alumnos) también a la esfera de lo público. Con la aparición de la escuela de asistencia obligatoria para todos los niños garantizada por el Estado, enormes masas de niños se desplazan todos los días hasta las escuelas. Un cambio enorme y muy reciente en la ingeniería social. Monopolio del saber legítimo, tutela estatal, instrucción simultánea, curriculum unificado son los elementos de lo escolar que funcionan en base al combustible adulto que ocupa el lugar del saber y de la responsabilidad de la asimetría intergeneracional. Pero ese adulto no es el progenitor sino el educador asalariado.
V
Nunca antes en la historia de la humanidad tantos tuvieron tanto acceso a la cultura escriturada. Pese a esta eficacia, las escuelas son territorio de crisis y conflictos constantes merced a los cambios en las relaciones sociales y en las tecnologías operados en las postrimerías del siglo XX. La autoridad docente como fuente central de conocimiento hoy está pulverizada en relaciones sin jerarquías, que causan una profunda crisis de legitimidad. El aplanamiento en los vínculos intergeneracionales tiene un efecto devastador en la autoridad y legitimidad adulta por lo que resulta difícil construir el in loco parentis (en el derecho civil, el lugar del profesor en la escuela es la transferencia del padre), dado que el papel adulto de la familia -la paternidad y la maternidad- también están desvalorizadas, y la transferencia de ese perfil desvalorizado al mundo escolar no mejora de manera alguna la legitimidad adulta. Con estas mudanzas prefigurativas, ya no es la escuela la única institución capaz de brindar aprendizajes válidos: la cultura no escolarizada toma una fuerza preponderante frente a la cultura escolar, la que se percibe obsoleta e inmóvil frente al cambio constante en redes y pantallas. Cada docente tiene que salir a ganar su propia legitimidad todos los días y constantemente, toda vez que la cultura digital, los medios electrónicos y la inteligencia artificial pasaron a ocupar lugares de gran significación en la vida y hasta se supone obvio y constructivo el cuestionamiento a la cultura propia de la escuela. Hay un corrimiento rotundo y muchas veces dramático para los educadores respecto de la centralidad del profesor como adulto que sabe. Los sistemas escolares terminan legitimándose, apenas, por centralizar la expedición de certificados estatales imprescindibles para la subsistencia en sociedad. Al menos por ahora. El barco naufraga cuando el saber está fácilmente disponible más acá de la escuela, a un click de distancia. Y la idolatría digital sugiere que puede obtenerlo más puro y actualizado afuera que adentro de las escuelas.
VI
La propuesta pansophiana no trata de redescubrir la nostalgia por lo viejo, ni de alabar lo actual, ni de reproducir lo viejo con modismos actualizados, como si no tuviéramos sobradas experiencias de que cambios políticos y tecnológicos no siempre cumplieron nuestros deseos y que muchas veces se volvieron contra ellos. Tampoco se trata de futurizar mágicamente el presente para convertirlo en un edén inasible y siempre frustrante. En el siglo XVII, la escuela nació de la mano de la Pansophia: la promesa de que todo el saber humano es para todos los seres humanos. Y todos son cada uno: el único universal posible es el respeto por la singularidad que se subleva. El agotamiento del formato escolar no debería perder lo valioso de lo pansophiano y su necesaria reformulación no puede hacernos retornar al pasado: nuevos y retecnologizados secretos no pueden hacernos retroceder a tiempos pre guttembergianos. Y si por momentos lo prometido se escondió, hoy la promesa pansophiana, más que nunca, debe ser reivindicada. La Pansophia no se negocia. Por eso, en su igualitarismo radical el enfoque pansophiano propicia la caída de las barreras objetivas y simbólicas para la apropiación del saber: un postulado que la modernidad no ha conseguido cumplir pero que no por eso debe ser abandonado. Al contrario, si los sistemas educativos nacionales no han resuelto el problema de la influencia de las condiciones sociales, de género, raza, etnia, etc. en las oportunidades de aprender, su transformación es motivo para redoblar la apuesta, para ir por más justicia educacional. Con esta perspectiva, Pansophia Project identifica modelos posibles de educación, los deseables y los que no. Los que incluyen modos de escolarización no monopólicos, en los que la escuela es un fragmento más o menos articulado a otras formas de trasmisión de saber. Fragmentos escolares que, a veces, dejan entrever el objetivo tan primordial como siniestro de control biopolítico de infancias y adolescencias vulnerables, desrealizadas, empobrecidas.
VII
Una característica central del capitalismo actual es que nada de lo existente puede dejar de ser considerado una mercancía. Se amplía el campo de batalla y también la educación y la formación pueden ser parte, pero no de la manera que intuíamos (pagos de matrículas, sponsors, managerialismo en vez de didáctica, etc.) sino por la nueva posibilidad de comprimir el campo de lo educacional: lo que se genera cotidianamente puede ser traducido a datos cognitivos y emocionales donde las nuevas formas de tecnologización de la trasmisión del saber identifican huellas cognitivas y emocionales completamente mercantilizables. La dependencia, colonización o heteronomía no son solo propias del antiguo mundo colonial sino también de la globalización y la tecnología digital y reticulada, las que se las ha arreglado bastante para subsumir comunidades virtuales y relaciones P2P bajo diferentes lógicas corporativas. Estos desarrollos pueden contribuir a diluir la interfaz humana a favor de implantes de nanobots en la neocorteza cerebral, plataformas inteligentes de interacción cognitiva o manejos cognitivos bioquímicos o neuronales, escenarios transhumanistas que parecen delirantes si no fuera que sus impulsores ocupan altos cargos científicos y corporativos y que los presupuestos para su desarrollo superan, inconmensurablemente, lo aplicado a la investigación educativa para las viejas escuelas.
VIII
Les pansophianes no nos dejamos engañar por esa suerte de nueva superstición de datos, cuyos gurús profetizan que la misma evolución humana formará parte del torrente de lava surgida de la erupción imparable de rugientes volcanes computacionales: somos parte del team humano. Sin embargo, estamos lejos de rechazar del plano estas tecnologías. El problema es táctico: hasta dónde entregan, tergiversan u obturan el principio pansophiano y hasta donde lo pueden resignificar positivamente. ¿Aceptamos que en nombre del Estado, del mercado o de algún nuevo tótem corporativo se estandarice la trasmisión de saberes? ¿La irrupción de pantallas, plataformas e inteligencia artificial constituyen un nuevo simulacro de la vieja heteronomía o de un acontecimiento genuinamente autónomo? La cuestión no es de palabras. La cuestión -díría Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda…, eso es todo. ¿Cómo hacerlo?. Concibiendo y modulando escenarios futuros, interviniendo en el presente y planteando formatos de aprendizaje basados en la reciprocidad y la convivencialidad. Apostamos a la eficacia de las ofensivas dispersas y continuas, en un desmenuzamiento general de los suelos, o de aquello que considerábamos tierra firme. Con textos y palabras a la vieja usanza de la modernidad pedagógica. Con nuevas herramientas digitales. Construyendo teoría, amasando práctica, ensayando presentes. Inventando o errando. Y con humor, mucho humor para reírnos de nuestras pretensiones, de nuestras certezas, de nuestros clichés. Más humor, menos solemnidad, menos cinismo. Todavía hay tiempo para saber en qué concluye lo que creemos.
IX
Pansophia Project instala una divergencia y propone una deriva. La divergencia: las escuelas no son para siempre aunque se reproduzcan en su faz menos vital. La deriva: el futuro no es conspirable porque es indeterminado, aunque peligros acechen y caminos de perspectiva se abran. Y la deriva es intervención que desbarata las posiciones adquiridas o preexistentes de saber-poder y conduce a una nueva recomposición de lo educacional. Eso es saltar en plural: porque hay desterritorialización y no un centro imperial, lo que abre a la oportunidad de las multiplicidades: fisuras, diferencias, encuentros y reencuentros sin fin. Por eso Pansophia Project no aspira a ser vanguardia de territorios cerrados basándose una vez más en la ética de la ilustración. Ni a ocupar el lugar del intelectual (sea este pedagogo, economista o político, entre muchos) que les dice a los demás cómo educar. Queremos evitar la tentación de seguir y acumular. En todo caso preferimos optar por una posvanguardia plural, internacional, deshomogeneizada, que tampoco ansía a la destrucción de otra otredad. Las vanguardias incluyen y excluyen, sacan y ponen, penetran y se vuelven impenetrables; son masculinas. Pansophia Project es pura y simple post utopía abierta, múltiple, femenina.
X
El desafío consiste en transgredir los límites de lo que pensamos y hacemos. Lo que se repite termina repitiéndose. Lo que cambia genera más cambios. En el fin del mundo como lo conocíamos, les pansophianes nos atrevemos a no imitar, a equivocarnos, a acertar; eternos aprendices. La repetición es aceptar, copiar, reiterar, seguir, resignar. Hay que saltar sabiendo que la historia existe y no es un peso muerto y, mientras saltamos, en el aire, respirando, articulamos los elementos del pasado para no permitir que la historia nos arruine el futuro. Esto es lo que podemos decirnos. Esto es lo que podemos manifestar: cerremos los ojos y saltemos.
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