Allá por los 70s, cada vez que se armaba lío entre hinchadas en un partido de futbol en Buenos Aires, la policía llegaba trotando para reprimir los disturbios. La respuesta de la gente era un irónico hop-hop-hop-hop, remedando la voz del cabo que te hacía trotar en el servicio militar, con una influencia inglesa que vaya a saber de dónde vino.
Hoy hay una nueva policía, pero en este caso no es ni aquella federal y la nueva metropolitana ni la nunca bien ponderada bonaerense. Es la policía de la educación, la edu-yuta, hop-hop-hop-hop.
¿Cómo llegó? Durante el proceso de desescolarización que se vivió en todo el mundo durante la pandemia del Covid-19, las escuelas cerradas generaron respuestas basadas en herramientas de Internet. Algunas que no estaban predestinadas a la educación como los videochats (zoom, meet, etc.) o como los sistemas de mensajería (whatsapp, etc.), algunas que ya se usaban en educación como los videos de youtube o los MOOCs y otras ya decididamente programadas a esos efectos como las LMS (Google Classroom, etc.) y los “campus virtuales”.
Esta disponibilidad permitió continuidad: si la pandemia hubiese acaecido apenas 25 años antes, la respuesta con celulares de tapita y fax hubiera permitido efectos muy pobres y limitados, al igual que en encierros anteriores. Y si bien es cierto que la falta o la precariedad en la conectividad a Internet en vastos sectores sociales limitó muchísimo la respuesta, también es cierto que amplias franjas poblacionales en todo el mundo descubrieron que la tecnología escolar no es la única forma posible de enseñar y aprender. Ni la mejor, al menos necesariamente.
Por ejemplo, para el caso argentino, un estudio mostró que el 27% de la población prefiere volver a una combinación presencial/ virtual o solamente virtual. Otro estudio (capítulo 5), mostró que escuelas con recursos pudieron establecer en pandemia un tipo de oferta educativa que empataba e incluso mejoraba a la presencialidad escolar.
Sin embargo, los sistemas educativos tienden a responder de manera más bien represiva, tratando de volver a 2019 e incluso con funcionarios y expertos denostando la educación virtual con explicaciones poco razonables en la medida que solo presentan argumentos de sentido común del tipo “es mejor siempre la presencialidad” o “la virtualidad no permite desarrollar todo el potencial pedagógico”.
Esta edu-yuta se aferra a la tecnología escolar como si la escuela fuera un fin en sí mismo. Algo así como “la escuela no se mancha” a pesar de que muchos de los problemas que presentan los sistemas escolares pueden ser si no resueltos al menos abordados con un margen mayor de eficacia con tecnología digital, aunque más no sea en varios aspectos en los que la presencialidad digital es más eficiente que una territorialización pura y dura que hasta ahora no ha logrado que la mayor parte de la población mundial no sepa leer, no ya leer el mundo, sencillamente leer, a pesar de haber pasado por escuelas
Además de la territorialidad, la edu-yuta defiende un interés central que es el monopolio de la certificación. Ya antes de la pandemia sabíamos, pero con la pandemia sabemos más y mejor, que las instituciones y gobiernos certifican lo que ellos deciden y no lo que la gente aprendió. La siguiente batalla va a ser a favor de la liberación de las credenciales educativas y su adecuación a las demandas de las personas
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